FUERA DE LUGAR (Castellano. Relato 5)
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Volví a mirar la entrada para asegurarme del todo. No quería que me ocurriera como en el teatro, cuando me equivoqué de butaca. Y de día. Y de teatro. No, esta vez no había duda. La entrada era para ese partido, y para ese asiento. Así que me armé de valor y dije, suavemente: “Perdone, creo que se ha sentado en mi sitio”. El hombre, de avanzada edad y semblante nervioso, extrajo con delicadeza la entrada de su billetera y tras ajustarse las lentes, la repasó con exquisita cautela.
— "Tiene usted razón. Es la de al lado. Hace tanto que no vengo que...".
Mientras se explicaba, se incorporó lentamente para, a continuación, ocupar el asiento más inmediato a su izquierda. Consideré que era una persona educada y con la que poder dialogar y, dado que mi hermano llegaría (como siempre) con el partido iniciado, le pregunté: "¿Cómo ve el partido hoy? ¿Ganaremos verdad?".
El hombre rió nerviosamente y me respondió con un escueto "eso espero, que yo no tengo edad para sufrir mucho ya". Hacía años que no sentía la sensación que ese buen hombre me explicaba. De hecho tengo vagos recuerdos de cuando mi abuelo me sentaba en su falda desde una de las tribunas de Sarriá y conseguía que me uniera a él en la montaña rusa de sentimientos que vivía en cada partido. El paso de los años hizo que me distanciara del fútbol cuando él nos dejó.
Ya sentado en mi lugar solo quedaba esperar el inicio del partido ya que seguro ocurriría antes que la llegada de mi hermano. Empecé a observar lo que me rodeaba. Una madre llevaba de la mano a su hijo escaleras abajo mientras el chico señalaba el terreno de juego con mucha ilusión por el partido.
-"Este niño grita más que el padre" dijo mi vecino.
La nostalgia llenaba mi corazón. Yo era igual que ese niño que iba ilusionado al fútbol para compartir la pasión con mis seres queridos y que animaba y gritaba cada partido como si de una final se tratara.
-"Nuestro estadio siempre ha transmitido pasión a los pequeños" - Le respondí tratando de que no viera una lágrima que caía por mi mejilla.
El "jumbotron" iniciaba el rosario de alineaciones. El balón aún no había empezado a rodar y pronto caí en la cuenta que, tantas sensaciones previas y con 90 min. de mi Espanyol por delante, sería bueno centrarme y bajar mis pulsaciones (aunque, conociéndome, no iban a tardar mucho en volver a dispararse). Tragué saliva y volví al presente. El partido empezó, el público cantaba "Hoy puede ser mi gran noche" y yo les creí cuando finalmente mi hermano apareció, casco en mano y pelo alborotado, cantando a viva voz mientras caminaba hacia mí (y hacia mi anciano vecino). Sonreía, con una de esas sonrisas que ocupan toda la cara, mientras me explicaba por qué en 90' estaríamos en la final. La sonrisa se convirtió en mueca, La felicidad en tristeza. Pronto el rival desniveló la eliminatoria y nos alejó del ansiado premio. En ese momento observé la cara de mi hermano y la de mi nuevo amigo cuando cómplices cruzaron sus miradas para apoyarse, como parecía que hacían cada partido. La comunión entre pericos es necesaria para sobrevivir.
El retorno al estadio de mi abuelo, no exactamente el mismo pero sí con el mismo aroma a fútbol, no era el ideal. No parecía que ese partido me pudiera brindar la ilusión para que volviera. Pero más que nunca me estaba regalando las emociones que recordaba cuando con mi abuelo nos cogíamos de la mano bien fuerte y nos mirábamos para consolarlos. Con el equipo atascado en un fútbol impreciso y falto de ideas se antojó imposible la remontada. Aún y así, "La Força d'Un Sentiment" no desfalleció en un incesante ondear de bufandas y cánticos de apoyo durante toda la segunda parte.
Habíamos llegado hasta aquí. Pero, sobre todo, había que estar allí. Para vivirlo. Para sentirlo. Para recordarlo.
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Ens fa il·lusió (i el jurat ho tindrà molt en compte) que els relats d'aquest concurs reflecteixin l'experiència de viure els partits des de la grada com la millor manera de ser perico. Visca l'Espanyol!
