Relatos para temblar. Taller de escritura en línea para jóvenes. Biblioteca Pública de Burgos

Bases concurso

Quedan: 0 días

Quedan: 0 turnos

Llevamos: 18 de 18 turnos

Turnos saltados: 11 turnos

Fecha límite: 10/02/2016

Le toca a: -

El curioso caso de Eldric Thompson

Si quieres compartir este relato...   

Diciembre caía sobre el bosque de Elmore. Una neblina tibia comenzaba a colarse entre la hierba. Yo cavaba en la zanja cuando vi un bulto cerca de la anilla, lejos, a los pies del sauce. Caminé hasta el árbol y descubrí a un hombre encorvado.
—Mi nombre es Eldric Thompson —dijo. Extendió un dedo seco apuntando al sauce y comenzó su historia:
 Hace años, cuando mi cuerpo era el de un niño pelirrojo, me adentré en el bosque de Elmore. Caminé sobre musgo y ramas secas hasta llegar a un cruce. Una intersección desde la que manaban dos senderos. Uno apuntaba al oeste y se perdía entre raíces enredadas. El otro giraba hacia el este, y se hundía entre barro y fango. Estaba confundido, no sabia qué camino tomar. Me paré, pensé y decidí ir al oeste: me perdería entre raíces enredadas. No conocía lo que pasaría, pero no me preocupaba; era valiente, o me lo quise hacer... Poco a poco me fui perdiendo a lo lejos. Las ramas me agarraban con mucha fuerza y no me dejaban avanzar. Me resistía pero me fui agotando. Entonces llegué ante una cabaña, allí, en mitad del bosque. Era una choza de madera, con ventanas empañadas y una chimenea sobre el tejado. Me paré en seco, tomé aliento, caminé hasta la puerta y toqué con el puño. Aún recuerdo al niño que salió de dentro. Abrió la puerta. Era pelirrojo, como yo, y hubiese jurado que tenía mis mismos ojos.
Nos parecíamos muchísimo, me quede estupefacto. Él gritó a alguien que había dentro:
—¡Mamá! Ha venido otro.
—Ahora voy Eldric —respondió la que debía ser su madre.
—¿Uno más?¿Eldric? —pregunté, cada vez más confuso.
—A ver como te lo explico... —empezó a hablar él— Tú y yo, somos la misma persona, por así decirlo. Y ni mucho menos eres el primero.
 —¿La misma persona? —murmuré—. Eso es imposible.
Pero todo en aquel joven endeble me recordaba a mí mismo. De principio a fin.
Era yo.
¿Pero quién era yo? ¿Él o yo? Poco a poco, empezaba a sentirme como el reflejo de mi propio espejo.
—Será mejor que pases —me dijo abriendo la puerta por completo—. Está a punto de empezar.
 Cuando pasé adentro el chico pelirrojo me llevó hasta una habitación muy grande. Tenía el techo alto y una pared del color del cobre tan pulida que podías verte reflejado.
—Siéntate dónde quieras —me dijo.
Y me señaló los cojines del suelo. Sobre algunos había otros muchachos, pelirrojos, con mi cara y mis ojos. Todos miraban al mismo lado.
 Me crucé de piernas sobre un cojín naranja y me quedé allí, en silencio, mirándome la cara en la pared de bronce. La habitación olía como las galletas que hacía mi madre los domingos. Pero era viernes y, desde luego, aquella no era mi cabaña.
—Sólo quedan dos más —susurró un muchacho a mi derecha—, empezaremos pronto.
 Salí un momento para tomar aire, pasé delante de la cocina, tenían la puerta entornada así que escuché susurros. Parecían voces normales, de otros niños, pero creí ver que ni su cuerpo ni su cara eran los míos. Eran todos distintos. ¿Cómo se habían trasnsformado? Puse atención y escuché:
—Sí, hermanos, ¡nos lo comeremos vivo!
 
Me dio un vuelco el corazón. ¿Nos lo comeremos vivo? ¿De quien estaban hablando? Mi cabeza iba a mil por hora, no dejaba de pensar y la conclusión siempre era la misma: estaban hablando de mí. Me puse nervioso y sin querer se me escapó un grito. En ese momento todos se giraron. Sólo pude hacer una cosa: correr lo más rápido posible.
 Si no me escondía rápido me encontrarían y me comerían vivo. Después de mucho correr llegué a un lago rodeado por tierra, sin querer pisé y justo en ese momento me di cuenta de que eran arenas movedizas. Trate de agarrarme a las raíces de los árboles para podre salir, pero no pude. Decidí dejarme tragar por la tierra y crucé los dedos. 
Fue entonces cuando noté cómo unas manos suaves y delicadas tiraban de mi cuerpo con fuerza hacia la superficie. ¿Estaba muerto? No. Imposible. Podía sentir mis pulmones inhalar con más fuerza que nunca. No fue hasta que alcé la vista que comprobé, con una mezcla de terror y alegría el rostro de mi salvador.
–¿Mamá? –dije.
 – Mamá, ¿eres tú?— volví a preguntar sin dejar de contemplar el rostro anguloso de la persona que me vio nacer.
— Sí, cariño. Soy yo. — susurró con voz tenue y amable.
— Mamá, ¿qué está pasando?— pregunté con los ojos llorosos. Algo se tierra debió de haberse metido en mis ojos antes— ¿Dónde estoy? ¿Muerto?
— No cariño, estás conmigo.
 
—Ven —me dijo. Y me tomó de la mano.
Me sacó de las arenas movedizas, descansamos cinco minutos y después me dijo que me llevaría de nuevo a casa.
—Te llevaré a casa, cariño —dijo.
Caminamos juntos por el bosque hasta llegar a una cabaña. La misma cabaña.
—Pero mamá... —comencé a decir mientras trataba de soltarme de su mano, pero ella apretaba fuerte.

Yo notaba algo raro en ella. La expresión de su cara iba como desapareciendo y sus manos se tornaban ásperas y pegajosas. Me asusté, ¡no sabía que hacer! Ella no me soltaba la mano y yo tenía la mente en blanco. Poco a poco nos aproximamos a la cabaña. Al llegar a la puerta aparecieron los otros niños.
—Le ataremos de pies y manos, mamá —dijeron.

Miré a mi alrededor en busca de alguna vía de escape, pero me tenían rodeado. ¡No podía escapar de ninguna forma! Pensé que la única opción que me faltaba por probar era negociar con ellos. Les sugerí esa opción, entonces ellos se miraron extrañados y de repente de la oscuridad salió un hombre con barba negra. Todos se volvieron hacía él. De repente todos los rostros de las personas que había allí eran las de ese extraño señor. Se acerco a mí muy despacio, me miro fijamente, en silencio, y sentí como se me helaban las venas. Sin mediar palabra, sólo con mirar a los demás corrieron a desprenderme de mis ataduras. Entonces comenzó a hablar: dijo una sóla palabra.
—Soltadlo —dijo con voz imponente mientras todos se apresuraban a librarme de mis ataduras—. Y dejad ya al pobre muchacho.
—¿Pobre? Pero si ya no cabemos. ¡Somos demasiados! —gimió un metamorfo.
—Bueno, siempre podemos ampliar la cabaña sobre el tronco de aquel sauce —dijo el hombre—. No podemos abandonar a uno de los nuestros.

—Fue entonces cuando mamá dijo que sola no podía con todo. Vinieron más ayudantes. Y lentamente, la urbanización de los Eldric Thompson se fue extendiendo hasta llegar a donde estamos ahora: este sauce —explicó el viejo.
—Qué aburrido —dije yo.
—Esta generación... estáis más rebeldes que nunca, ¿no, Eldric? —dijo él guiñando un ojo.
Filtros:
  • Pautas: Estructura sencilla 

¡El concurso se ha acabado!

Para hacer login introduce tu usuario y contraseña:


Utilizamos cookies propias y de terceros. Si continuas navegando consideramos que aceptas estas cookies.
Puedes cambiar la configuración de tu navegador en cualquier momento. Política de cookies